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SOLO.

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Mitigo en la cama la necesidad de moverme, sin embargo, la velocidad del tiempo me obliga a aplastarme cada vez más en la red de sábanas que tejí en la impaciencia de un cuerpo. La culpa me observa posada en la rama del árbol que tengo enfrente, el que observó por la ventana. Me sigue observando y el zumbido del viento, no se desquita con ella. La culpa anida en el techo de mi casa, la escuchó me hostiga me persigue, me recuerda que en algún momento el viento me dejara a la intemperie porque así lo quiere. Escucho como se alimenta de las alimañas que viven en el techo de mi casa. ¿mi casa? El viento no se siente fuera, se siente dentro llenándome de polvo, me acostumbré al miedo. mi casa no tiene cerraduras sin embargo, me siento preso. El ave canta con la melodía del silencio, no la soporto no la aguanto no la quiero.

DESGARRO.

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Sobre el lienzo se escucha el roce de los otros, deleite de la carne con la carne. La lucha constante de personalidades desacabadas brotan como manos de la tierra. Mezquinas cuerdas que ciegan la mirada caminante, de los buscadores de un oasis corporal. Sobre partículas de piedra maltratada, el tiempo hace su mejor trabajo dejando enterrada por el viento, la codicia de aquellos que no saben. Kilómetros de polvo se acumulan, sobre las pisadas de los que buscan trazar un camino que agriete la arena. Sin embargo, un serpenteo reptiliano sucumbe a la compulsiva idea de seguir mintiendo y sonreír. No llueve, el hombre no brota del barro, se reinventa en autopartes recicladas del desierto, olvidada por la carroña que merodea la arena.

SALMUERA.

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La lejanía del mar me invita ahogar los gritos, salitre que queman las lenguas arrastradas en la arena. Espuma blanca que choca sobre cuerpos envenenados, sirenas que se alejan de las historias hombres que contemplan la tierra moribunda sobre un horizonte de agua que confunde. Profundo titán que intimida en la gama de los azules... Profundo titán que acumula las lágrimas de la tierra herida... Navíos trazadores de rutas, olvidan los maltratos de tierra firme grito de un capitán perezoso. Todos deciden morir en las profundidades de una garganta sin lengua. Cuerpos. Orilla. Tierra... El olor a podrido llama a los otros a querer hacer lo mismo riendo junto al dios del mar, el que más te guste pensar. Las algas chismorrean en la orilla, enredando los buenos actos que alimentan a las aves, clavándose sobre un espejo de agua que traiciona. El sol no dice nada y la arena acumula cuerpos. Inmensidad de lágrimas... Inmensidad de muertos… En las profundid...

MACHU PICCHU XXI.

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La piedra cóncava y convexa aparea muros, tallando relieves con historia. La sangre pule el granito y los templos elevan desigualdades, invocando dioses caprichosos. Entre las gota de lluvia el conocimiento socava la tierra y no alcanza con las terrazas o los canales, el maíz se deja caer sobre civilizaciones que la muerte busca. Vigía de sus acciones el cóndor extirpa ojos para contemplar al mundo que se despluma por falta de espíritus nobles. El puma sufre el cautiverio del pueblo que refleja sus opulencia en espejos de oro, arrebatados de la tierra... arrebatados entre hombres arrojados al barro. La serpiente estudia al hombre y se quita la piel para desemparentarse con la ignorancia, que tiñe la ponzoña de la sabiduría. El sol ha muerto, las vírgenes no sacian para salvar a la luna, abortando humanos incapaces de aprender. Las ruinas se esconden por vergüenza, eco de la verdad que rebota entre las montañas tallando a gritos la piedra con formas que se olvidan.

ATRAGANTO.

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El reloj  atorado en la garganta, frena un reflujo de palabras.  Cargadas de acidez carcomen las cuerdas vocales que enmudecen la voluntad. Pequeños sorbos de agua fresca no calman los dolores  que irritan la sensibilidad de aquellas cosas que no tragamos.  Los golpes en el pecho suavizan el dolor y quiebran la autoestima, arrastrada hacia los intestinos  constipando el cuerpo.  Un té de manzanilla es la esperanza de adormecer el dolor ancestral, que define las frustraciones de una nuez de adán lejos del paraíso.  Respiro y los otros intoxican el aire gases frenéticamente incoloros. Dormidos los pulmones nos quedamos metabólicamente latentes, a la espera de espasmos de cordura que destapen las vibraciones de esas palabras atascadas.  Tos con sangre lágrimas sin tinta, marcan el final de una vulnerada existencia. Ojos desorbitados y la vasoconstricción, estalla en oculares sin imagen.  Nadie decide ayudar...