DEPRESIÓN




La mañana me abre los ojos

con el canto de un ave

que huye al ver los gritos mudos de mi mirada.

 

No alcanza a abrazarme el sol,

que la calidez de mi piel

se contrae al frio de mi alma.

 

Solo la forma vaciada de lo humano

se refleja en la realidad,

nadie entiende de entrañas.

 

Y me permito,

solo seguir caminando por miedo

a la misma muerte que deseo todos los días.

 

Sucesión de días iguales,

ritual silencioso que tiene el tiempo

para invocar con linealidad al miedo,

que se escabulle por los pasillos de la tristeza.

 

Encerrándome en la habitación del pánico

esta esclavizada mi vida,

golpeada me observa con la mirada roja,

y explotada en llanto me pide que la acabe.

 

Sigue escribiendo en las blancas paredes

¿quién soy?

Si no sabes quién eres,

¿que soy yo?

 

Seré capaz de escapar y gritarme

¿dónde estás?

o al esconderse el sol,

mis huesos velarán mi inexistencia ahogada

por mi existencia.

 

La contradicción no deja de pegarme en la cabeza,

aun así, me arrastro por la tierra,

queriendo ver titilar mi voluntad.

 

Me pregunto si está mal no amar

que todo de lo mismo,

cuando la ansiedad te ordena

que te arranques las extremidades y la lengua.

 

En qué momento dejé de pensar en quien era antes de esto,

qué me obliga a vivir y suplica que lo mate.

 

Me carcomo un poco más todos los días 

y el ave enviada por la mañana,

ya desconoce a ese mazacote de carne que solo llora, 

por no entender en qué momento se transformó en una amorfa existencia

sin voluntad.

 

Sufro,

mi sonrisa es la simulación perfecta

de un mundo creado para los demás.

 

Acompáñame sin decir nada y hacer todo,

como él ave a las mañanas,

que me sigue visitando.

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