LA GOLGOTA DEL SUR

 




El conejo de pascua

temeroso de todo se atrinchera rodeado de huevos,

esperando explotar sobre el enemigo.

 

Las almas son almas

que solo se preocupan por tomar el té a las cinco de la tarde,

hora de metrallas y carne perforada.

 

La Juventud busca su pascua

y se disfraza de conejo para confundir al enemigo,

que sin contemplación es crucificada sobre acorazados en la costa,

para ahuyentar la peste del fracaso.

 

Por cada latigazo un alma se salva,

grita en el templo

el nazareno,

sabiendo que lo humano no puede ser salvado,

siquiera en adornos de chocolate y crema.

 

Murmura,

A lo lejos le dice a judas

que él tenía razón.

 

Sin embargo,

caminó cuarenta noches a la Gólgota del sur

donde el frio abraza a los conejos y degüella a los soldados,

solo para pedirles que a pesar de todo

el sacrificio debe ser cumplido.

 

como Abrahán hizo con Isaac

Los judíos con el mesías,

Y el pueblo de la plata con ustedes.  

 

Un azote un arma.

 

Un azote una granada,

un azote.

 

Resucita así resucito,

gritó el crucificado rodeado de ladrones,

y…

bañó todo de rojo,

para que el chocolate sepa mejor

que la carne podrida en la tierra.

 

Con los doce apóstoles armados,

dejan de caminar descalzos sobre la nieve

y abrazan el frio de una juventud perdida,

entre las carcajadas de las armas

que despotrican promesas,

sobre el conejo de pascuas que espera ser de chocolate.

 

El crucificado revela en el monte

que no es el Mesías,

y señalando cuarenta cruces,

 dedica su poco tiempo en decorar a los muertos.

 

 

En la misa se reparten culpas,

en el campo de batalla se reza por la vida

de los que no van a comer su conejo pascual.

 

La magdalena toca sus manos

y arrojando piedras se dejan caer por el pecado de los otros,

que miran sentados en sus tronos lavándose las manos.

 

La cruz de su inocencia se anclará,

a la isla de la historia,

que solo mueve fichas y contempla decisiones.

 

La fiesta del paso pasó…

y aun se conmemoran los sacrificios de los que fueron olvidados

por un pueblo sin mesías,

moviendo las fichas junto a la historia,

que se atraganta con huevos de chocolate y confites de recuerdos.

 

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