ACUERDO

Corres por un callejón de música instrumental,

y entre medio de acordes disonantes

te ríes del desprecio.

 

Eres la conjunción imperfecta de decisiones

mal entonadas,

atragantadas con teclas y cuerdas.

 

Tratas de soplar para que el sonido se digne a gritar,

que solo eres un punto insignificante

en el pentagrama de la existencia.

 

Desparramas rumores que desafinan tus formas

y entre medio de una orquesta polarizada dejas de hablar,

para ver,

como el contratenor se siente discriminado por el contra alto

que no sabe que son lo mismo pero diferente.

 

Y mientras te regocijas en el caos que tocas todos los días,

las partituras te juzgan con el peso de una batuta ingenua

que poca idea tiene del pecado que cometiste.

 

Eres el desacorde que acuerda con el diablo,

y te prendes fuego en cada función

para evitar ser reconocido en la calle de los despreciados.

 

Ríes porque no sabes llorar,

quemando cada nota logras apuñalar la esperanza

de la ingenua batuta que llora por ti.

 

No hay instrumentos que acuerden notas

y en ese caos filosófico de palabras

la música no aparece.

 

Así la desconfianza

termina de penetrar a su hermana ultrajada,

la pintan con fe y la exponen en altares alterados

por las violaciones morales de conciertos mal tocados.

 

Nadie canta por tú culpa…

Nadie sabe de instrumentos por tú culpa…

Nadie aprende de cuerdas, viento y percusión por tú culpa…

Y la confianza se vende como otra cosa que ya nadie quiere escuchar.

 

Eres el instrumento que falta y no se anima a entonar,

por miedo a que a la muerte

le gustes en esa creación de ondas,

en esa verdad encerrada de una bella melodía.

 

Mientes.




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