DÍA 5: PEDRO
El silencio se vio interrumpido a las seis y media cuando el enfermero le acercó los medicamentos para la presión, la diabetes, y las vitaminas. El médico le había mencionado su preocupación la semana pasada, ya que no estaba respondiendo al tratamiento como él quería. Sutilmente le sugirió que llamase algún familiar para informar la situación y estar prevenidos por cualquier cosa.
Sentado en la cama le preguntó por quinta vez al enfermero por el día y la hora. Para Pedro era un día especial para él, por qué recibiría visitas. El hombre lo miró y sin decir nada bajó la cabeza y le pidió que se vistiera, que no toleraría verlo caminar desnudo de nuevo por los pasillos. Encogiéndose de hombros no le dio importancia a lo que dijo y bajando despacio de la cama comenzó a llorar, recordando la vitalidad que el tiempo le había dado en préstamo, por el tiempo en que fue un honorable maestro de escuela, consagrado como directivo de una prestigiosa institución.
Rogándole a su cadera que se moviera, arrastraba los pies para ir al baño y arreglarse para la cita esperada. Odiaba mirarse al espejo y hacía un gran esfuerzo por recordarse a los treinta, edad que aparentemente disfrutó mucho, ya que en esa época conoció a su mujer y logró formar la familia que tanto soñaba.
El silencio después de ese recuerdo explotó en llanto y no entendía por que ahora la vida lo quería tan solo y algo abandonado, pero a pesar de todo le sonrió a su reflejo y se vistió con un hermoso traje de color ocre, engominó su pelo y salió despacio para el hall de entrada con la idea clara de que ese día no sería un paria más de un asilo de ancianos perdido en la ciudad.
Charlatán como de costumbre, embrolló a la recepcionista para poder tomar prestado un pequeño ramo de margaritas que se terminarían marchitando sin ser apreciadas por los que vivían allí. Sentado en un sillón de cuerina negra recalentada por los rayos del sol que pegaban de manera directa sobre el ventanal que daba a la calle, esperaba.
A pedro no le gustaba la pecera o la vidriera de viejos como el llamaba a ese sector del geriátrico. Esperó, preguntó varias veces a la recepcionista por la hora. Impaciente le gritó a la recepcionista el nombre de Julia Ana Clara Estefanini. La secretaria seguía con sus cosas y Pedro volvió a gritar, allí fue cuando la señorita levantó la vista y miró para ambos lados y se disculpó diciéndole que no lo había escuchado. El abuelo volvió a gritar y la recepcionista ya, algo nerviosa, le pidió al abuelito que se calmara, porque no entendía qué quería. Pedro enfurecido repetía incesantemente el nombre de Julia, la que por cierto no aparecía por ningún lado.
La situación ya se tornó violenta y se presentaron los enfermeros para ver si podían controlar la situación. Forcejeando con el grandote, Pedro se resbaló en el piso y cayó al suelo golpeando su frente con un mueble inútil. Donaciones baratas de gente que no sabe qué hacer con los objetos de los muertos.
Estabilizada la situación lograron sedar a pedro, que al alejarse de la entrada del geriátrico veía las margaritas en el suelo pisoteadas en un momento de amargura. Ya en su habitación y algo desorientado, aún podía ver el reflejo de la mañana por la ventana que daba a la pared del edificio de al lado.
Una enfermera le dio los buenos días y le pidió su brazo para tomarle la presión. A Pedro le llamó mucho la atención, siempre el grandote había sido su enfermero de cabecera por decir así, y preguntándole qué había sucedido con él, se disculpó por el incidente de los otros días, que no había sido su intención.
La enfermera al ver que se estaba sobresaltando le pidió que respirara profundo y se calmara, que lo que haya pasado se iba a solucionar que no se pusiera así, que no le hacía bien a su salud.
Pedro hizo un silencio, respiró profundo y mirándola a los ojos le preguntó si tenía hijos. Ella contestó que solo tenía una niña mimada, llamada Belén. Pedro la interrumpió con otra pregunta, qué cómo se sentiría, si Belén, su niña mimada de un momento para otro desapareciera, sí Belén de un momento para otro se transformara solo en un extraño que paga una cuota mensual para mantener un aparente problema controlado… Largando unas lágrimas el Abuelo dejó de hablar y mirando hacia la ventana, se entretuvo contando los ladrillos del muro.
Antes de salir, la enfermera le dijo que todo se iba a solucionar que no se preocupara. Que, muchas veces la sangre de la juventud no logra dimensionar los vínculos, sobre todos los de la familia, y ojo no le hablo de las cosas bien o mal hechas, solo hablo del afecto. Siempre cometemos el error de juzgar el paso del tiempo y sus decisiones sin saber que de un momento al otro la gente se marcha, y para cuando nos damos cuenta el ciclo de la vida hizo su trabajo.
Pedro le dio las gracias y le preguntó su nombre y si le podía dar un abrazo. La enfermera acercándose le dijo que se llamaba Blanca, que la semana que viene vendría el Grandote, no se sentía muy bien de salud, aparentemente un virus nuevo lo había afectado.
Se abrazaron con fuerza, y ella se marchó.
Pasaron unas semanas y en la recepción apareció una joven queriendo ver a Pedro Estefanini. Mientras esperaba pudo ver en la televisión la noticia de que Julia Ana clara Estefanini sería una de las primeras pacientes argentinas en recuperarse del nuevo virus.
Al regreso de la secretaria, Julia comenzó a llorar.
Que inspiración o historia de quien espera algo importante aunque este enfermo se quería preparar para recibir a alguien importante con sus jeans de mezclilla levanta pompis de cualquier forma me es de gran aprendizaje.
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