DOS MANZANOS CON DOS MANZANAS
Al séptimo día del eclipse de las dos lunas se marchó sin girar su cabeza, todo posible recuerdo se iba borrando a medida que las cuadras la distanciaban de lo que había sido su hogar.
El tiempo ya había hecho su trabajo y al sentirse obsoleta a los nuevos avatares de ese mundo, que seguía desnudándose, decidió quedarse parada debajo del único manzano que existía.
Cumplidas cinco mil cuatrocientas setenta y cinco noches se dio cuenta que aún seguía allí, viendo pasar la existencia sin ningún tipo de resentimiento.
Al salir el segundo sol, se percató de la presencia de una mujer a su lado, que con lágrimas en los ojos le dio la mano. Comenzó a contarle todas aquellas historias con las cuales había crecido, de como lo mas humano, se reflejaba en pequeñas sonrisas de gestos sencillos y desinteresados. Que los finales de los cuentos tenían infinitos desenlaces.
Se rieron muchos días y compartieron los detalles más íntimos de esas verdades que se ocultan en la carne.
Ambas sabían que no podían seguir estirando el propósito de dicho encuentro. Pidiendo disculpas una le dijo a la otra que hay momentos para estar cerca y otros para estar lejos. Las distancias fortalecen aquellas decisiones que nos configuran para un futuro incierto. Que crecer era algo inevitable para las personas y no todos estaban preparados para ver a la muerte a los ojos.
La extraña escuchaba pacientemente los descargos de la joven, y solo supo explicarle con un abrazo todos los motivos por los cuales debería abandonar el manzano.
Tomando la única fruta, caminaron nuevamente a la ciudad, que para aquel entonces ya había crecido a pasos agigantados, sin embargo, era fácil reconocer la entrada de esa casa que una vez la había visto despedirse.
Negándose a entrar, quiso aferrarse a los últimos vestigios de esa presunta vitalidad que se desvanecía en las circunstancias.
Sin obligarla a entrar, la mujer atravesó la puerta de entrada, arrodillándose en un rosal de flores rojas. Pasaron un tiempo en silencio, mirándose al a distancia.
La mujer acariciando la hierba, le hizo un gesto a la joven para que se acercara y se sentara a su lado. Le dio a entender que las personas no están preparadas para la soledad y que solo algunas afortunadas logran superar el vacío de la existencia.
Tras escucharla dio unos pasos cruzando la puerta, observando como la rosa se quedaba sin pétalos, corriendo hasta alcanzar el cuerpo de la mujer que caía a la húmeda hierba.
No logró llorar, sabía que no podía, no porque no quisiese sino por que no estaba hecha para eso, y desafiando toda naturaleza durmió sosteniendo la vida.
Hoy se cumplen cinco mil cuatrocientas setenta y cinco noches más, en un mundo de dos soles, de dos lunas, donde conviven dos manzanos, con dos manzanas.
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