GALOPE.




Dos caballos blancos galopan sobre el manto de la muerte, 
Infinita pradera que se pierde en el filo de una hoz
que atormenta la garganta. 


Pastando negras hierbas,
relinchan afligidas pasturas,
despojadas se agusanan entre dientes

con la suerte pisoteada por herraduras sin suerte.

La serenidad de sus miradas contemplan el arroyo,
nacido en lo alto de vértebras quebradas
por el peso de las almas que no olvidan.

Surca el entramado paisaje 

el arroyo de cadáveres…
el fluir de acontecimientos…
que nutre el bajo,
desembocando en el lago de personas que se beben a sí mismas.

Galopando,
el blanco se pierde entre las ondulosas negritudes
de una muerte cansada.

La lluvia se nutre de gritos,
los gritos de sangre,
la sangre se nutre de sangre
y la sangre de personas que caen del cielo
esperando caer en un valle de muerte. 

Los otros contemplan desde los omoplatos,
el resto carcomen el salitre de lágrimas
que se derraman por los vivos o por los muertos.

Levantando la cabeza los potros miran el claro cielo
se dejan sorprender por un muerto fugaz
que se levanta entre las nebulosas negritudes,
para gritarle a la muerte que es hora de jugar.



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